lunes, 24 de diciembre de 2007

Gran parte del dolor está dado por la resistencia. Tu fuente de sanación es el Alma.



Desilusionada de la medicina tradicional, que no había sido capaz en siete años de sanarle una enfermedad crónica de la piel que le causa heridas en las manos, la periodista Marcela Recabarren salió a buscar un tratamiento que atacara la raíz del problema. Encontró médicos que miran más allá de la ciencia y respuestas que no esperaba . Por Marcela Recabarren Texto de La Tercera.

Cuatro dermatólogos me han visto. Uno en Nueva York, donde vivía cuando las heridas en mis manos aparecieron por primera vez, hace siete años. Los otros tres en Santiago. Los cuatro médicos me han dicho lo mismo: que tengo dishidrosis, una enfermedad crónica, no contagiosa, de causa desconocida. He gastado unos doscientos mil pesos en consultas médicas y otros trescientos mil, por lo menos, en exámenes para descartar alergias y hongos. No soy alérgica a nada. No tengo hongos. Los cuatro especialistas me han mirado las palmas de las manos con lupa, bajo una luz potente, y veinte minutos después de haber entrado a su consulta me han despachado con recetas de cremas y pastillas con corticoides para que las heridas sanen. Los corticoides funcionan. La piel se regenera, aunque de una manera extraña: la siento delgada y algo tiesa, como si hubiera metido mis manos en un balde de cola fría. En todo caso, la cura es efímera. Eso explica mi peregrinación dermatológica. Después de terminar el tratamiento todo comienza de nuevo: pequeñas ampollas aparecen en mis palmas, entre los dedos y alrededor de mis uñas. Me pican tanto que despierto en la mitad de la noche con la urgente necesidad de rascarme. Las ampollas terminan por reventarse y se abren heridas que tardan semanas o meses en sanar. En los peores momentos las puntas de mis dedos se agrietan y hasta me duele apretar las teclas del computador. El champú me arde en las manos y el jugo del tomate es como ácido sulfúrico para mi piel. Si me pongo guantes la piel se me irrita más. La gente me pregunta si me quemé las manos, si me arde. No me duele tanto, pero mis manos dan lástima. O miedo. Lo comprobé la primera vez que fui a comprar una crema con corticoides en Nueva York. Cuando estiré mi mano para recibir el vuelto, la horrorizada cajera de la farmacia me lanzó las monedas desde una altura de diez centímetros. Los cobradores del peaje en las carreteras chilenas hacen lo mismo. Tras visitar al último dermatólogo en noviembre del año pasado me metí a internet a averiguar sobre mi enfermedad. Estaba desilusionada de la medicina. Empecé por wikipedia. Dishidrosis. No tiene cura. Aparece en las palmas de las manos o en las plantas de los pies. No sé cómo alguien podría caminar con estas heridas en los pies. En la página había una foto de una mano llena de ampollas que reconocí inmediatamente. El mío era un caso de libro. Seguí buscando. En yahoo hay una comunidad donde personas de todo el mundo relatan lo mal que lo pasan, alegan que saltan de médico en médico sin resultados e intercambian datos para tratar la enfermedad en forma casera. La creadora de la página, Vera Bradova, una checa que vive en Estados Unidos, se echa agua oxigenada para que las heridas sanen más rápidamente. Probé la fórmula. Las manos me quedaron como lija. Las heridas se secaron un poco y se volvieron a abrir. Ése es el punto: siempre vuelven. Todos los tratamientos que he visto, científicos o caseros, atacan el síntoma, no la causa de la enfermedad.
LA BÚSQUEDA Conocí a Karla Maass, una ingeniera agrónoma de 25 años, una tarde de mayo. Pronto descubrimos que teníamos dos grandes cosas en común: la dishidrosis y la sensación de que la cura no está en una crema milagrosa, sino en un cambio de vida. A las dos nos aparecen las ampollas uno o dos días después de haber vivido una situación estresante. Si nos llenamos de azúcar para contrarrestar la ansiedad, el asunto empeora. Tras visitar sin éxito a siete dermatólogos y dos inmunólogos, Karla se convenció de algo: "Las heridas son el reflejo de algo que me pasa por dentro. No sirve que me miren las manos con una lupa. Hay que mirar más allá". Me hizo sentido. Decidí buscar médicos que hubieran visto más allá.Llego donde Susana Urrutia, doctora de la Universidad de Chile, porque había atendido a una amiga mía. Susana y yo, ambas descalzas como es norma en el departamento donde vive con su familia y mantiene su consulta, me dice que la enfermedad es la punta del iceberg. "Hay que mirar el fondo sumergido para entender por qué un paciente se enfermó", agrega. Hace veinte años Susana inició una búsqueda personal. "Sentí que, como médico, no debería tener estrés, pero lo tenía y se reflejaba en una relación inhóspita con mis pacientes. Tampoco había logrado curarme una enfermedad crónica, un colon irritable que tenía desde niña. Sentí que me faltaban herramientas, que mi formación científica no me bastaba", dice. Las respuestas las encontró en la ayurveda, la medicina tradicional de la India. Se volvió una experta y la aplica en sus pacientes. "Para curar a un paciente es indispensable encontrar la causa de la enfermedad. Eso se hace con mucho sentido común", dice Susana. "La ayurveda usa las mismas herramientas que la medicina convencional, pero va más allá del problema de salud. Al paciente le pregunto cómo reacciona frente a ciertos alimentos, cómo funciona su digestión, su sueño. Hago un examen físico completo. Miro el pelo, los ojos, la trama venosa, la trama tendínea. El pulso es muy importante para saber cómo está cada órgano, no sólo para medir la frecuencia cardíaca. Sólo así se puede empezar a entender por qué un paciente tiene una dermatitis crónica, por ejemplo. Y una vez entendida la causa, se ataca el problema de raíz y se previenen nuevas enfermedades". Susana toma mis manos heridas. Las mira atentamente. "Ante una enfermedad crónica de la piel, la medicina occidental sólo mira la superficie. No integra todo desde un terreno más profundo, desde la conciencia, y una enfermedad a la piel es expresión de un desbalance más hondo. La piel tiene mucho que ver con lo que comes, el balance del sistema digestivo, hepático, biliar, emocional, con la circulación y la oxigenación. La piel forma parte de todo. Toda enfermedad tiene una dimensión mental, orgánica y emocional", dice Susana. Me acuerdo de Ingrid Bravo. Tomo el teléfono y marco su número en Antofagasta. LAS ENTRAÑAS DE UN HOSPITALHace un año conocí a Ingrid, pediatra de la Universidad de Chile, cirujano infantil y mamá de Baltasar, un niño de 4 años con diagnóstico de autismo. Ingrid llevó a sus hijo donde los mejores especialistas del país. Le dijeron que Baltasar no iba a mirar a los ojos, nunca hablaría ni respondería a su nombre. Ingrid no se resignó. Sometió a su hijo a una dieta libre de gluten y caseína. En diciembre del año pasado vio cómo Baltasar miraba a los ojos. Había dicho "mamá". Era un pequeño milagro. Ingrid ha estudiado Homeopatía y Medicina Antroposófica. "Con Baltasar comprobé lo que dice la antroposofía: que el cerebro está íntimamente ligado al intestino. Con una dieta sus funciones cerebrales han mejorado. Y la piel está relacionada con el sistema nervioso central y los sentidos. Nacen de la misma capa embrionaria: el ectodermo. Ante un abuso del polo neurosensorial, se deteriora la piel", dice Ingrid. Y comienza un análisis sobre mi dishidrosis que me deja helada: "Tienes problemas a la vista". Sí, miopía galopante. "Lo más probable es que aprendiste un idioma extranjero a la fuerza antes de los siete años". Sí, alemán. Y sigue. Da en el clavo una y otra vez. "Es una tarea pendiente de la humanidad develar el organismo humano completo", dice Ingrid. "La medicina que aprendemos en la universidad es tremendamente útil, pero tiene un límite, porque se basa en la materialidad. Es una visión sesgada del ser humano, que también está compuesto por cuerpos suprasensibles, como el espíritu y las emociones. La enfermedad es el resultado final de un desbalance de estos cuerpos suprasensibles. La causa de una enfermedad puede estar, por ejemplo, en un impasse biográfico, como la pérdida de un ser querido, y se puede solucionar incluso con una conversación. Necesitamos miradas y terapias complementarias para atender al paciente en forma integral", agrega. Paso días buscando en internet, entrevistando a antiguas fuentes expertas en medicina y terapias complementarias hasta que encuentro una especie de plan piloto de la mirada integral que Ingrid tiene en mente.Un camino por escaleras de cemento, pasillos sombríos y remotos patios interiores me conduce hasta las entrañas del hospital San Borja Arriarán. Tras una puerta empapelada con un laberinto en blanco y negro, con un árbol de la vida al centro, aparece una sala de espera adornada con cuarzos, incienso y afiches que entregan información sobre medicina mapuche y cursos de yoga. Parece un lugar fuera de lugar. En realidad es un hospital dentro de un hospital. Es la Unidad de Salud del Trabajador, donde un equipo de médicos internistas, psiquiatras, sicólogos y terapeutas expertos en reiki, sintergética, terapia floral, apiterapia y terapia vibracional atiende en conjunto a los 2.400 funcionarios del hospital. Personas formadas en la ciencia dura, como médicos, enfermeras, auxiliares y tecnólogos del San Borja Arriarán, reciben tratamientos complementarios para enfrentar dolencias como la obesidad, la hipertensión y el estrés. El sistema de la Unidad es el siguiente: la doctora Alicia Zamorano, médico internista, una doctora "de formación netamente científica", como ella se define, recibe a los pacientes, les hace un diagnóstico y determina un tratamiento. "Y si considero que es adecuado, los derivo a una terapia complementaria", explica. "Estamos incubando un nuevo modelo de atención integral", dice la cabeza de la unidad, la doctora Domenica Marasca. Tras formarse en medicina clásica se especializó en sintergética, un sistema médico que integra terapias complementarias –como acupuntura y terapia floral– y filosofías de salud para que el paciente encuentre las claves que lo conecten con su alma y desde ahí eche a andar los procesos de sanación que su cuerpo necesita. Hace poco la Unidad hizo una encuesta entre 52 funcionarios que se sometieron a la medicina sintergética con la doctora Marasca. El 92% opinó que el tratamiento había sido beneficioso. Lo más revelador fueron los comentarios, que expresaron algo más que alivio físico: "Fue una gran ayuda para mi tranquilidad, recibí un trato personal, espiritual", "Bajó el dolor, estoy más relajado, disminuyó mi estrés". "Tengo las ideas más claras, me siento escuchada". "Sanó el dolor de mi brazo, estoy sin bochornos, sin taquicardia, recuperada del dolor del alma". "Lo que he visto es que de repente la persona encuentra una respuesta dentro de ella. Y después de eso, el tratamiento médico que yo aplico fluye", dice la doctora Zamorano.Al salir a la calle, noto que un racimo de nuevas ampollas se asoma en mi mano derecha. Por primera vez en todos estos años, no me importa. No tanto. Ya no estoy desesperada por curarme. Más me interesa saber de dónde viene todo esto. En busca de respuestas recurro a un pionero de la medicina sintergética en Chile: Claudio Méndez.

RABIA A LOS CUATRO VIENTOS Claudio Méndez fue director del hospital regional de Arica, director del Servicio de Salud de esa ciudad y acreditador hospitalario. "Fiscalizaba si los hospitales cumplían las normas para seguir siendo hospitales. Era de una estrictez sanguinaria. Un samurái", dice ahora medio en broma. "Me especialicé en Oncología y Hematología. Tenía pacientes con enfermedades crónicas o terminales y no sabía cómo ayudarlos en su dolor físico y espiritual. Se morían y yo también entraba en crisis. Me dio cáncer. Cuando me enfermé no sabía qué había de fondo. Mi sanación tuvo que ver con aceptar y comprender", dice Claudio, quien se inició en la sintergética hace cinco años. "La enfermedad es expresión de que algo no está bien alineado entre lo que tú eres, piensas, sientes, dices y haces. Estás viviendo esquizofrénicamente. Es un síntoma de alarma que te avisa: 'no vas bien'. Es el resultado de lo que hacemos con nuestra vida. Este concepto rescata el rol proprotagónico del paciente en su salud y en su sanación", dice. Claudio Méndez, igual que Ingrid Bravo, me explica que el sistema nervioso central y la piel están relacionados. Agrega que lo más probable es que mi hígado, que además de ser un laboratorio químico es un procesador de emociones, esté sobrecargado. Dice que el miedo, la angustia, la ansiedad, la autoexigencia y las obsesiones impactan al hígado. También la rabia. –Pensamos que debemos controlar la rabia y la reprimimos. Pésima estrategia. Te recomiendo que trates de darte cuenta de dónde viene. Siéntela. Vívela. Bótala. Hipócrates decía: "Eres lo que comes". Debemos dejar de comernos la rabia. Pero no se trata de andar enrostrándosela a todo el mundo. Hay que manifestarla, pero no contra el otro. Puedes hacer una pequeña ceremonia en la que mentalmente le pides permiso al otro para botarla. Le dices que no es en contra de él, sino a favor tuyo. Hay estrategias para hacerlo: escribir lo que sientes, por ejemplo. Sin filtro, sin juicio moral. Si te dan ganas de decir "ándate a la concha de tu madre", lo escribes. Salen situaciones o personas que ni sabías que te daban rabia. Y no vayas a leer lo que escribiste. Sería como comerse el vómito. Quémalo. Abre la alcantarilla para que drene el pus. –Es el pus que estoy botando por mi mano.–Y dale las gracias, porque está saliendo para afuera. Que tus manos te avisen es una maravilla. El caos es una estrategia de la vida para pasar a un nuevo estado de conciencia. Se expresa como crisis, enfermedad, situación personal no resuelta. Gran parte del dolor está dado por la resistencia. Uno debería tomar conciencia, fluir con la crisis y pasar rápidamente a un nuevo orden. La enfermedad es una oportunidad de reparar algo que uno ha descuidado. Buena parte de la sanación es tomar conciencia, hacerse responsable, asumirse. Tu alma es tu fuente de sanación. Para eso necesitas agallas y dejar de contarte cuentos. –¿Hay una diferencia entre curarse y sanarse?–Curar es que el cuerpo físico se repare. Un paciente con cáncer puede morir en poco tiempo. Pero si entiende de dónde vino la enfermedad, perdona, se reconcilia con los demás y con él mismo, se sana. No se cura, pero se sana. Nuestro objetivo, obviamente, es curar. Pero nuestro gran objetivo es sanar. Sobre mi mano derecha, cruzada por una herida del porte de una moneda de cien pesos, me dice: "Visualiza el color verde en tu hígado y alrededor de la piel dañada. Deja la harina y el azúcar refinada. Toma agua de boldo o ruibarbo, que son drenantes hepáticos. Observa qué te está pasando, qué quieres, qué te molesta. No te engañes. Si no quieres escribir lo que te da rabia, dilo en voz alta cuando estés sola, para que no piensen que estás loca. Lo hago. En el auto, mientras manejo. Tiro una hebra que me lleva a rabias antiguas y a miedos lejanos que no tenía idea que me rondaban. Me siento aliviada. Durante los siguientes dos días sigo la dieta y visualizo el verde en mis manos y en mi hígado. Esto último es lo que más me cuesta. Es un ejercicio extraño. Pero lo hago igual. Y que lo haga no significa que haya renunciado a la medicina científica. Si necesito antibióticos los voy a tomar o si tengo apendicitis voy a correr a la clínica. Pero después de la emergencia tal vez me siente a pensar por qué me enfermé. Tres días después de probar los consejos de la medicina sintergética de Claudio, en la mitad de mi herida aparece, como un anillo de Saturno, una línea de piel sana. Dos semanas después, la herida ha cicatrizado. Estoy contenta por tener la piel sana, pero más todavía porque al fin estoy aprendiendo a leer las señales de mis manos. Estos siete años me han estado llamando la atención. Espero que lo vuelvan a hacer cada vez que sea necesario.

EL MIEDO Y LA FASCINACION VAN JUNTOS ( 1ª parte)


¿Qué piensas tú de la actitud de los sacerdotes y profetas respecto a la mujer?Esta gente, de los que se piensa que son los mensajeros de Dios, y que han estado enseñando la compasión y el amor, nunca consideraron a las mujeres como seres humanos. Nacieron de las mujeres y, sin embargo, todos han demostrado una repulsiva falta de respeto hacia el género femenino. La razón es muy clara. Es ésta: le tienen miedo, y es una verdad psicológica, ya que tienes miedo y, al mismo tiempo estás fascinado. El miedo y la fascinación coexisten. De hecho, el miedo es el "subproducto" de la fascinación. Están fascinados, lo que es natural, no hay nada de malo en ello, es absolutamente humano. Pero si ellos quieren ser un mesías... tienen que cumplir todos los requisitos propuestos por la tradición. Y todas las tradiciones fueron hechas por el hombre. Hasta ahora hemos vivido en una sociedad hecha por el hombre, en la que la mujer no ha sido tomada en cuenta para nada. Confucio, cuyo pensamiento ha influido en toda China, cree que la mujer no tiene alma, que es sólo un cuerpo; matar a la mujer no es un delito. Así que durante miles de años en China, si alguien mataba a su mujer no era un crimen. Era algo así como romper tu silla, tus muebles, o cualquier otra pertenencia; es tuya, la posees, es de tu propiedad. Exactamente así se consideraba a la mujer: eres el dueño, puedes matarla. No había en China ninguna ley que impidiera a un marido matar a su esposa; tampoco había ningún castigo, porque la mujer era sólo una cosa, no un ser; y se piensa que Confucio era uno de los hombres más sabios del mundo. Ahora bien ¿qué clase de sabiduría es ésta? El es fundador del confucianismo, y todo lo que éste ha hecho es confundir la mente humana, nada más.

Una forma de meditación. Esta comprobado q la práctica reduce stress y otros beneficios.


Siente tu cuerpo como si estuviera vacío.
Imagina que tu forma pasiva es como una habitación vacía con paredes de piel…pero completamente vacía en su interior. Esta es una de las técnicas más hermosas. Siéntate simplemente en una postura meditativa, relajado, solo, tu columna erecta y el cuerpo relajado, como si todo el cuerpo estuviese colgando de la columna. Cierra luego tus ojos. Continúa sintiéndote relajado por unos pocos momentos y más relajado, volviéndote más y más y más calmado. Hazlo por unos pocos momentos, solo para estar a tono. Entonces, súbitamente empieza a sentir que tu cuerpo es como paredes de piel simplemente, que no hay nada adentro, no hay nadie adentro, la casa está desocupada. Algunas veces sentirás que pasan los pensamientos, nubes de pensamientos que se mueven, pero no pienses que te pertenecen. No son tuyos. Piensa solo que ellos vagan en un firmamento desocupado, no pertenecen a nadie, no tienen ninguna raíz. Así sucede en realidad: los pensamientos son como nubes que se mueven en el firmamento. No tienen raíces y no pertenecen al firmamento; simplemente vagan por el firmamento. Van y vienen y el firmamento permanece intocado, no influenciado. Siente que tu cuerpo es simplemente como paredes de piel y que no hay nadie adentro. Los pensamientos continuarán estando allí; debido a los viejos hábitos, viejos ímpetus, viejas colaboraciones, los pensamientos seguirán viniendo, pero piensa simplemente que son nubes itinerantes que se mueven en el espacio. No te pertenecen, no le pertenecen a nadie. No hay nadie a quien pertenezcan, tú estás vacío. Será difícil, debido a los viejos hábitos, pero nada más. A tu mente le gustaría atrapar algún pensamiento, identificarse con él, seguir con él, disfrutarlo, entregarse a él. Resiste! Di simplemente que no hay nadie a quien entregarse, nadie con quien luchar, nadie que pueda hacer algo con ese pensamiento. Al cabo de unos pocos días, de unas pocas semanas, los pensamientos disminuirán, se reducirán poco a poco. Las nubes empezarán a desaparecer o, incluso aunque vengan, habrá grandes brechas de firmamento sin nubes en donde no habrá pensamientos. Un pensamiento pasará. El siguiente no vendrá hasta dentro de un rato. Luego vendrá otro y habrá entonces un intervalo nuevamente. En esos intervalos sabrás por primera vez qué es el vacío. Y el propio vislumbre de él te llenará de una dicha tan profunda, que no puedes imaginarlo. Osho.